A vueltas con "La expulsión de los moriscos"

La entrada de este blog de hace unos días titulada La expulsión de los moriscos que publiqué, también, en el foro de la página web “Generalísimo Francisco Franco”, ha generado un amplio debate que quiero resumir hoy aquí.

Uno de los comentaristas me señala la diferencia ideológica que existe entre él y mi persona y hace protesta de que el “odio irracional” que veo “en la izquierda española hacia lo español” no se puede hacer extensivo a toda ella sino sólo a la radical y, aún así, restringiendo dicho sentimiento al periodo de la dictadura del general Franco.

Se lo concedo en parte. Es cierto que toda generalización entraña injusticia y que no todas las personas que se autodefinen como de izquierda tienen esa aversión a lo español. Pero discrepo en su minimización del hecho y de su limitación a la izquierda radical en los tiempos del Generalísmo.

No.

Para empezar, tal odio ya se veía antes de que el Generalísimo se adhiriera al Alzamiento y antes de su Dictadura. De hecho, fue este odio el que desencadenó la Guerra Civil. Y podemos seguir viendo tal odio, tal aversión, tal antipatía, tal recelo, tal llamémoslo como queramos, en nuestros propios días y en personas que se declaran de “izquierda moderada”, “centro izquierda”, “progresistas”, etc.

Por lo demás, el problema, es cierto, no se ajusta exactamente a los conceptos de “derecha” e “izquierda”. Seguramente hay, también, mucho moderno liberal que se considere de derecha y coincida con la idea general de la izquierda, aunque, seguramente, sin su virulencia, en esa aversión a lo que ellos llaman España “casposa”, “cerril”, “cavernícola”

Cito de memoria y, por tanto, sin literalidad, del libro de Memorias de Salvador de Madariaga, anarquista, titulado Por qué perdimos la guerra, cómo, en un párrafo, lamenta “las veces que creyó percibir una comunión espiritual en personas del bando enemigo y, al revés, el recelo que muchas veces le causaba el pensamiento del vecino del bando amigo”.

El latifundismo y el caciquismo al que alude mi comentarista como causa del izquierdismo de la España meridional, muy seguramente, han contribuido al predominio de la izquierda en las tierras del sur de nuestra patria. Muy seguramente sí.

Pero no todo se puede explicar desde esa perspectiva materialista, marxista, de la historia. Ese voto a la izquierda en Andalucía, en Extremadura, en muchas zonas de Castilla la Nueva, persistente, irracional, inasequible al razonamiento; ese voto que se transmite de generación en generación sin que lo pueda conmover ni los mejores razonamientos ni las mas grandes evidencias, ese voto yo no me lo puedo explicar sólo por la explotación ancestral del rico sobre el pobre.

Y, aunque así fuera, quedaría sin explicar el por qué esa actitud o, más que actitud, esa esencia izquierdista, lleva implícita, tantísimas veces, la aversión a la idea de España.

Injusticia social ha habido en todas las edades y en todas partes y no es, creo yo, nuestra época ni nuestro sistema político el que entraña menos injusticia, aunque esto no hace al caso.

La pregunta es ¿por qué en España, el ser de izquierda va tan acompañado al odio a lo español?

Esto no pasa en ningún otro país. Ni en Gran Bretaña, ni en Francia, ni en ninguna parte, el ser izquierdista implica ninguna inquina ni hacia lo británico ni hacia lo francés.

Y, así, en ninguna parte. Ni siquiera en Alemania ni Italia, países estigmatizados por su pasado nacionalsocialista y fascista, el rechazo de la izquierda va más allá del rechazo a esas épocas concretas. Hasta donde yo llego a ver, ni los alemanes ni los italianos consideran su pasado, en bloque, como compendio de todo lo malo, despreciable y susceptible de ser vituperado.

¿Por qué en España sí? ¿Por qué pasa esto en España y sólo en España?

Ésa es la pregunta.

Yo no tengo una respuesta precisa pero la pregunta, en sí, me inquieta y, en el escrito La expulsión de los moriscos, intento hacer una reflexión sobre ello.

En realidad, mis reflexiones al respecto van en dos direcciones:

Una sería, precisamente, la que expongo en La expulsión de los moriscos.

Ya digo que ni siquiera pretendo considerarlo hipótesis pues, para ello, tendría que ser susceptible de ser convertida en tesis, es decir, de ser enfrentada al método científico, a la experimentación científica, y corroborada por él. No considero esto factible. Sin embargo, no me parece disparatado pensar que tras la expulsión, muchos de los que quedaron en suelo español, los “castellanos nuevos”, por contraposición a los “castellanos viejos”, al paso de las generaciones olvidaron su origen, pero el odio, el rechazo, el recelo o el rencor a la civilización que les había vencido persistió de manera subconsciente y, con la aparición del liberalismo en el siglo XIX, acabó encontrando su cauce de expresión en la ideología izquierdista.

La otra dirección en la que yo reflexionaría al respecto y, si Dios me lo permite y da fuerzas, espero poder hacerlo con algún acierto, sería la del enfrentamiento entre el protestantismo y el catolicismo.

Ya digo que me gustaría reflexionar extensamente sobre ello pero dejo aquí la idea apuntada y prendida con alfileres:

Los siglos XVI y XVII asisten al Cisma de Occidente y a la lucha brutal del protestantismo contra el catolicismo. Nadie ignora el papel esencial que la España del Antiguo Régimen tuvo como adalid de la defensa del catolicismo. Tampoco ignora nadie cómo, enfrente, tuvo como adalid de la defensa contraria al mundo anglosajón liderado por Inglaterra.

Nadie ignora tampoco cómo la revolución liberal ―prescindamos aquí de la francesa― y, sobre todo, las revoluciones científica, económica y tecnológica, donde triunfan, esencialmente, es en el mundo anglosajón y desde donde se extienden al resto del mundo es, precisamente, desde el mundo anglosajón. Quien me discuta esto que mire cuál ha sido la primera potencia mundial, económica y militar, durante el siglo XX.

Ahora: esa victoria en lo material ―insisto: en lo material― del mundo anglosajón, conformado por el protestantismo nos explicaría, como corolario, que el sistema político y religioso derrotado ―vuelvo a insistir: derrotado en lo material― en tan descomunal enfrentamiento sufriera el desprecio y el vituperio que vienen sufriendo España y la religión católica hasta nuestros días. La religión católica como religión del sistema político que perdió la supremacía en el dominio del mundo. España, como principal valedora de tal religión.

***

Sobre el pequeño debate que se abrió en el foro respecto al recelo que la enseña rojigualda, bandera  de España, entre dos de los comentaristas no tengo mucho que añadir a lo dicho por uno de ellos y a lo que yo mismo he dicho antes: con todas las excepciones que se quiera, es una evidencia que a nuestra izquierda, la bandera rojigualda le causa como mínimo repelús.

Quede esta constatación como una muestra más de lo que digo de que en España se da el hecho, inaudito en el mundo, de que un segmento de su espectro político, el de la izquierda, se coloca enfrente y en posición enemistosa de la propia nación a la que pertenece y de sus símbolos.

Me reprochaban, también, pretenciosidad al reflexionar sobre el sentido geográfico de la reconquista. Mi intención no era explicar dicho sentido. Es una obviedad que comenzó en el norte y acabó en el sur y hubiera sido ridículo por mi parte dedicar una entrada de blog a explicar algo que saben hasta los gatos.

La relectura de mi artículo evidencia que lo que pretendo es relacionar el sentido norte-sur de aquel avance con la distribución de las distintas ideas políticas en nuestros días y, más concretamente, razonar sobre el enquistamiento del voto de izquierda en el sur: sí, como se me dice con tono de reproche unas líneas más adelante “porque hay una genética mora/árabe” latente en la población.

Eso es, precisamente, lo que quiero decir,  aunque no tanto cuestión genética como cultural.

Como razonamiento se me lanza el siguiente reto:

Busca otra nación que como España este compuesta por naciones o nacionalidades, y verás si hay izquierdas agresivas con la ‘nación mayor’.

Tampoco me sirve.

Me serviría si el odio del que vengo hablando estuviera enquistado, pongo por ejemplo, en Cataluña hacia el resto de España. En ese caso podríamos aceptar que la idea, por otra parte falsa, de una Cataluña ancestralmente sojuzgada por Castilla se tradujera en un odio hacia España.

Pero vemos que no es así. El odio a España no se distribuye geográficamente sino ideológicamente y es un odio transportado por la izquierda. ¿A qué santo íbamos a encontrarlo en Extremadura o en Andalucía o, pongo por caso, en Burgos, patria chica de nuestro presidente del Gobierno?

No. Es verdad que el problema de los nacionalismos envenena el asunto pero no lo explica; antes bien, aumenta su complejidad y dificulta su comprensión cabal.

Además, si ese odio se explicase por la “razón nacionalista” ¿a qué santo lo íbamos a ver incardinado en la izquierda? En todo caso, le veríamos en los partidos de derecha, como, por ejemplo, en Irlanda del Norte pero no en la izquierda, tradicionalmente internacionalista.

Volviendo al asunto de la expulsión de los moriscos, empecé por decir que ni siquiera sostengo que la idea que expuse sea cierta. Sólo dije que era una idea que me ronda por la cabeza y quise dejarla escrita por si alguien, con más luces y más humor que los míos, quiere tomarla en lo que pueda valer.

***

Y, aunque tuviera esa idea que expuse algún asomo de realidad, tampoco pretendo que ella lo explique todo ni que sea la causa fundamental del odio que constatamos en la izquierda española hacia lo español. En todo caso, sería un factor más en la reflexión. Y, si ni siquiera eso se me admite, me serviría como metáfora de la lucha en la que, contra lo español, anda embarcada la izquierda o una parte de ella.

Entiendo ―y esto sí lo creo de manera firme― que el fundamento filosófico que sustenta a la ideología de izquierda no son, como puede parecer en un principio, las nobles ideas de solidaridad y justicia social. Creo, más bien, y la experiencia histórica repetida lo muestra, que el valor moral que subyace en esa ideología es el rencor, el resentimiento.

Con esto no quiero decir que todo izquierdista sea persona rencorosa y mezquina. No. Conozco bien que hay gente noble e intelectualmente honesta en la izquierda. Fundamentalmente, en la época de la vida que corresponde a la candidez juvenil, es compresible que el joven, imbuido de inquietudes nobles, pero desconocedor de la vida y, muy especialmente de la Historia, sea presa fácil de esta ideología y se deje engañar por las cuatro ideas simples con las que se presenta. Más difícil es comprender que. avanzando la edad y madurando la persona, no caiga ésta del burro pero, en fin, admitamos que sí, admitamos que mucha gente, de buena fe consigue conservar aquella candidez a través de los cumpleaños y ello de manera noble y desinteresada.

Rencor ¿a qué? Resentimiento ¿a qué? ¡Vaya usted a saber! Es un sentimiento impreciso en el que se mezclan, seguramente, la ignorancia, las circunstancias de cada persona y la propaganda fácil de esta ideología.

Es cosa averiguada por cualquiera que haya caminado por ella que la vida no es fácil. Y, para algunas personas, menos fácil que para otras. Seguramente hay, también, muchas injusticias pero, aún prescindiendo de ellas, la vida sigue siendo cosa difícil y plagada de problemas y de dolores.

La sociedad de hoy halaga al ser humano y lo educa desde niño haciéndole creer lo contrario; haciéndole creer que viene a este mundo con derecho al goce y a la felicidad pero, es evidente que le está engañando.

Cuando el ser humano se enfrenta a esta dificultad que entraña el hecho de vivir, si carece de una fuerza, de un temple moral que le permita afrontar aquella realidad con nobleza y altura de miras, no nos debe parecer raro que se deje ganar por una ideología que le viene a decir que “la culpa la tienen otros”; “los ricos”; “los curas”; “la derecha”… Que crea que todos los males que aún acechan al ser humano no son sino residuos de una época bárbara en el que éste vivía aherrojado por sistemas políticos que hay que destruir a toda costa.

Esto es lo que nos viene a decir Zapatero en nuestros días. Cuando habla Zapatero, creo que la cuerda moral que hace vibrar es, precisamente, ésta.

En resumen: es fácil para el ser humano convencerse de que la culpa de lo malo que le sucede la tienen otros. Éste, creo, es el fondo moral de la ideología de izquierda.

Con esto no quiero decir que sea mala la existencia de la izquierda en la sociedad. Ya expliqué en la primera entrada de esta discusión, el papel que yo creo que debe de cumplir en ella. Pero una cosa no quita a la otra y todos somos humanos y todos pecadores y, me parece, insisto, que el pecado de la izquierda es éste: la mezquindad.

Lo digo sin acritud, en un mero intento de comprensión intelectual de la realidad que me rodea. Quizá los que nos llamamos de derecha también tengamos nuestro pecado; quizá este sea, no la avaricia, como pensáis vosotros, sino la soberbia. En fin, no sé. No voy a seguir divagando por este camino.

***

Si hay, pues, algo de cierto en lo que voy diciendo ―volviendo ahora al tema que nos ocupa de los moriscos― vuelvo a decir que no me parece impensable la tesis. Vuelvo a insistir en la existencia de la figura del “castellano nuevo” por contraposición a la del “castellano viejo” prácticamente hasta la revolución liberal del XIX.

Estos “castellanos nuevos”, durante generaciones, tuvieron que sufrir el sambenito de serlo. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Fue así! La rudeza de los tiempos hizo que fuera así.

Aquí tomo una de las preguntas que se lanzan

¿Existía España cuando llegaron los musulmanes, o cuando fueron expulsados?

España, en mi sentir, no es algo que aparezca en un momento determinado sino que se forja en un proceso en el cual tuvo importancia fundamental la invasión musulmana.

España, ganada para el mundo occidental y civilizada por Roma, nunca ha olvidado que su origen es éste: Roma.

Puede parecer una obviedad y una pedantería repetirlo aquí. Hoy nadie cuestiona esto de puro evidente.

Pero sí se ignora, y hay que recalcarlo con mucha claridad, que hubo momentos en los que estuvo a punto de perder esta herencia en la que convergen la civilización romana y la religión cristiana. Hubo momentos que hicieron que hubiera sido imposible que hubiéramos llegado a conocer la España que conocimos al nacer. Hubo momentos que hicieron que casi hubiera sido imposible hasta que naciéramos.

Hubo ―hay― tres momentos históricos en los que tal hecho estuvo a punto de suceder:

Uno: la dominación visigoda. Fue, seguramente, el momento de menor peligro pues los godos, ya de entrada, venían, ellos mismos, con un barniz de romanidad. No obstante, durante siglos convivió en la Península esa sociedad bárbara con la autóctona hispanorromana pero separada de ella. Su debilidad y la superioridad cultural y moral de esta última hicieron que acabara imponiéndose: la minoría gobernante visigoda acabó mezclándose cultural y genéticamente con la población hispanorromana y hoy no queda memoria de aquella separación.

Dos: la invasión musulmana. Ésta, durante siglos, permaneció en la Península y, a diferencia de la visigoda, jamás llegó a asimilarse a la base hispanorromana. Ochocientos años después de entrar Tariq por el Estrecho aún existía una población musulmana claramente diferenciada de la hispanorromana (de la hispano-godo-romana). Tan claramente diferenciada que acabó siendo expulsada.

Esto, con la moralina de la ideología izquierdista, suena injusto y puede hacer creíble la idea de que los moros eran los buenos y los cristianos los malos. Pero el caso es que, si hubieran ganado ellos, España sería hoy un país musulmán como Marruecos o como Argelia.

El caso es que lo que triunfó fue la civilización hispanorromana sobre la musulmana. Y, así, el mar Mediterráneo contempló cómo, durante siglos, florecía la civilización cristianorromana en su ribera norte ―España en ella―, al tiempo que, en la meridional, sucedía lo propio con la musulmana. Esto, esta compartimentación geográfica de las culturas, a mí, me parece que es lo culturalmente enriquecedor.

Tres: el tercer momento histórico en el que estamos a punto de olvidar nuestro origen cristiano y romano son nuestros días presentes. En ellos, una ideología estúpida que podemos personalizar en Zapatero, está intentando socavar los elementos esenciales de nuestra civilización bimilenaria para llevarnos, dice, a un mundo idílico por disneylándico.

En ese mundo al que caminamos felices dirigidos por el no menos feliz José Luis Rodríguez Zapatero, se hará realidad la utopía izquierdista de un mundo libre de injusticia en el que las fuerzas retrógradas y casposas, acabarán por ser eliminadas, de una vez y para siempre, de la faz de la Tierra.

¡Pobre civilización cristianorromana!

Notemos de paso cómo semejante tránsito hacia el mundo feliz está coexistiendo con el reflorecimiento de la religión musulmana en nuestra Patria.

Notemos cómo Yusuf Fernández pide “el voto musulmán para el PSOE y de rechazo para el PP en todas las elecciones, locales, regionales y nacionales”. (NB: no ya voto para el PSOE sino, además, ¡rechazo para el PP!)

Notemos cómo Mouhannad Almallah Dabas, presunto implicado en el atentado de Atocha, fue militante del PSOE hasta después de consumado éste.

¿No nos da qué pensar todo esto?

***

Llegados a este punto, otro amable comentarista tiende a relativizar el debate y me dice:

Históricamente hablando, comenta de la izquierda como una base ideológica mezquina, resentida y revanchista. Pero yo eso también lo veo en la derecha, puesto que tanto en este foro como en otros, la mayoría de los mensajes que leo son de odio (y no entro en el tema de si es justificado o no) hacia la izquierda, el ateísmo y el libertarismo. Y se saca a relucir muchos aspectos del pasado como Paracuellos, la II República, el Frente Popular e incluso crímenes de la izquierda en el extranjero, como Stalin o Tito, siendo todo ello condenable y aborrecible. Pero es que en este foro ocurre como en los demás, aplican explicaciones totalmente razonadas y coherentes para justificar el porqué la ideología “contraria” es errónea y “mala” (mezquina). No siento ninguna simpatía por la política, pero la conclusión a la que hasta ahora he llegado es que el problema no está en la ideología en sí misma, sino en quien la profese. Es como condenar a las pistolas que usan los asesinos, en vez de a éstos. Una ideología en sí misma no es ni mal ni buena, todas las ideologías se han elaborado con un fin, y ese fin es el bien. Ahora, eso sí, hacer protagonistas a sentimientos como el odio o características humanas de personalidad como el revanchismo o la mezquindad, dentro de una ideología, bajo mi punto de vista, es erróneo.

Por otro lado, me gustaría saber qué es para ustedes “lo español” para que sea tan odiado por la izquierda, porque yo hasta la fecha, el único odio a lo español que he experimentado ha sido por la izquierda radical simiesca (movimiento PUNK) y por el nacionalismo independentista (derecha e izquierda catalana, vasca, etc.). Si me explican eso de “lo español”, quizás comprenda más la pregunta de “¿por qué la izquierda odia lo español?” Salud.

La justificación de los aconteceres históricos propios y la condena de los ajenos a que se refiere es como dice y es comprensible que sea así. Entra dentro de la naturaleza humana que así sea.

Tampoco pasa nada porque asumamos lo que de condenable tenga nuestra Historia o las acciones que sean merecedoras de tal condena aunque las llevaran a cabo personas o partidos que consideramos próximos a nosotros.

El amor a la Historia de la Patria no debe cegar hasta el punto de creernos que todo lo que hemos hecho y hacemos nosotros es bueno y todo lo que hacen o hicieron los otros es malo.

Por supuesto que no. El amor a la Patria no implica esto. La Patria es uno ámbitos en los que se desarrolla y vive el hombre. Como lo es la familia. El amor a la familia de uno no implica la ceguera de pretender que todo lo que ésta haga sea correcto. No. Yo puedo amar a mi padre y, sin embargo, reconocer que puede haber obrado equivocada o incorrectamente en un caso concreto ―lo digo a título de imagen―. Una cosa no quita la otra.

Mi comentarista se está refiriendo en su comentario a la justificación de hechos concretos y, efectivamente, en la justificación de esos hechos históricos concretos podemos extendernos hasta lo infinito aportando los unos argumentos favorables y, los otros, argumentando con los contrarios.

Mi argumentación no va por ahí sino que pretende hacer una crítica de la ideología de “izquierda”. O, más que una crítica, intentar comprender por qué la izquierda es así. Y, concretamente, por qué la izquierda española es así.

Como habrá podido darse cuenta quien haya leído todo lo que llevo escrito en torno a este asunto, no estoy de acuerdo con la apreciación de que el problema no está en la ideología en sí misma, sino en quien la profese.

El problema sí está en la ideología. Cuando la base filosófica que sustenta una ideología es contraria al derecho natural, cuando es contraria a la naturaleza del ser humano, como sucede con la ideología marxista, que considera a éste como mero animal únicamente necesitado de necesidades (valga la redundancia) materiales y prescinde de su dimensión espiritual, entonces esa ideología falla en algún punto y el problema sí está en ella.

En ese sentido, la ideología de izquierda, empobrece al ser humano y realidades inherentes al mismo como son la religión o la patria pasan a ser, no ya prescindibles, sino hasta indeseables.

Por eso la izquierda es atea. Por eso es internacionalista. Por eso nos encontramos por ahí infinidad de gente ganada por esta ideología que pueden vivir sin Dios y sin Patria. Por eso hay tanta gente por ahí que va diciendo la necedad esa de que se sienten ciudadanos del mundo sin saber muy bien lo que dicen: usted pone a un burro en la estepa asiática y al burro le da lo mismo que si se lo lleva usted a Cáceres. Pero ¡una persona! Me gustaría ver a estos ciudadanos del mundo, tan cosmopolitas ellos, trasladados de por vida Corea del Norte, pongo por caso.

Parafraseando a José Antonio, cuando decía que nos podemos permitir el lujo de ser liberales porque dos mil años de antiliberalismo nos protegen, estos progres, estos izquierdistas (por otra parte, tan acomodados al bienestar material que ha alcanzado nuestra civilización) pueden permitirse el lujo de ser tan cosmopolitas porque viven en una parte del mundo en la que aún resuenan los ecos la civilización más humana que ha conocido la Historia, aunque ellos, de manera suicida e inconsciente, vayan a acabar de cargársela.

Y pueden vivir sin Dios y sin religión y propugnar una sociedad sin Dios ni religión (situación inédita en la Historia de la Humanidad) porque dos mil años de cristianismo gravitan todavía sobre el mundo en que se mueven y protegen valores de los que ellos mismos se benefician pero que no llegan ni a atisbar.

¡Vaya que si el problema está en la ideología! Se equivoca mi amable comentarista: el problema no está en los practicantes de tal o cual ideología. Al fin y al cabo todos somos humanos y todos, desde la ideología que sea, podemos equivocarnos y podemos obrar mal.

Ni el que el simpatizante de tal o cual ideología obre bien implica que esa ideología sea buena ni lo contrario.

Compara las ideologías con las pistolas. No. Las pistolas son un instrumento y, como tal, son moralmente indiferentes. Las ideologías son un principio intelectual, doctrinal, espiritual y, como tal, se encuentran en la base de nuestros razonamientos, de nuestros sentimientos y de nuestras acciones.

La pregunta sobre qué es lo español, tiene mucho meollo y sería asunto con entidad bastante como para dedicarle otra entrada. De hecho, ésa es la pregunta clave en torno a la cual se está desarrollando toda la confrontación política que usted ve en nuestros días. Llevamos los españoles doscientos años preguntándonos eso.

Antes de la revolución liberal del siglo XIX los españoles no se la hacían y sabían muy bien qué era lo español. Creo que, más o menos, entendían lo español como lo que expresé en la anterior entrada: la continuidad de la civilización hispanorromana a través de los avatares históricos de la dominación visigoda, la invasión musulmana y, más tardíamente, el Cisma protestante.

La izquierda nacida de aquella revolución liberal intenta convencernos de que lo español es otra cosa y, no sólo que sea otra cosa sino, además, que lo español, entendido así, es malo y rechazable.

Y eso es lo que odian. Mi comentarista, como dice, ha podido apreciarlo en la estridencia del movimiento punk. Pero, créame, subyace en toda la izquierda. Esos movimientos marginales como el punk, lo único que hacen es expresar de manera grosera y cerril el odio sibilino que subyace en toda la izquierda española hacia lo español y que me estoy esforzando en exponer aquí.

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